martes, 6 de marzo de 2012

Testimonio de la adicción

Todo comenzó más o menos a mitad de curso. Debido a distintas razones dejé de ver el mundo como lo hacía antes. No podía conciliar el sueño por las noches, no saciaba mi apetito de salir adelante, mis notas caían en picado... ni siquiera disfrutaba de las fiestas a las que iba. Todo ello pasó de ser una serie de acontecimientos sueltos a un círculo vicioso que me hacía sentir más frustrado cada día que pasaba.

Un día recordé el baile de fin de vacaciones de verano. Por aquel entonces empezaba a salir con gente nueva, me apetecía cambiar un poco de ambientes. Aún me acuerdo de lo sorprendido que quedaba al verlos consumir aquella droga, parecían pasárselo genial. No obstante yo prefería mantenerme al margen en esos temas. Sin embargo esa tarde lo vi claro, quería probar. Necesitaba a toda costa algo que me ayudara a apartar el día a día por un instante y... bueno, sólo iba a ser una vez.

Pasó el tiempo y llegó la hora. Era el cumpleaños de uno de ellos, el que en esos momentos era mi mejor amigo. Fue el primero en empezar con su ritual: encendiendo su pipa de vidrio inhaló una gran bocanada. Poco a poco se la fueron pasando uno a uno hasta que llegó mi turno. Mi cuerpo me incitaba a fumar, sin embargo algo dentro de mí me advertía que no sería una buena idea. Agarré con rabia aquel artilugio y, dejando de lado cualquier parte racional de mi ser, absorbí unas cuantas bocanadas.

Era genial. Increíble. Inexplicable. Mejor de lo que nunca hubiera imaginado. Por primera vez después de mucho tiempo me sentía realmente vivo, con fuerzas para realizar cualquier cosa que me propusiera. Los problemas que antes me atormentaban a diario pasaron a un segundo plano en el que no eran más que minucias. Era perfecto...

Así transcurrió el tiempo y lo que era única y exclusivamente para disfrutar al máximo de las fiestas pasó a ser un hábito. Al fin y al cabo, ¿por qué no iba a hacerlo? Mis amigos consumían desde hacía mucho más tiempo que yo y nunca había pasado nada. De hecho, ellos eran unos adictos y estaban bien, yo jamás llegaría a esos extremos así que no tenía que pasar nada malo. Además, mi energía rebosaba. Dormir ya no me importaba tanto, mi cuerpo no se cansaba. De hecho hasta mis notas habían mejorado. No sabía por qué no había probado antes esto.

Poco a poco empecé a enamorarme de ella. Era como si fuera lo único que me comprendiera en este mundo. Mis amigos ya pasaban de este rollo y me decían que parara que se me estaba yendo de las manos. Mis padres empezaron a volverse unos maniáticos y en ocasiones los sorprendía urgando entre los cajones de mi habitación. Mis profesores me empezaron a coger manía, no sabía por qué, pero no había otra explicación para que mis notas estuvieran cayendo como lo hacían. De todos modos me daba igual, mientras tuviera mis dosis diarias lo demás carecía de importancia.

Y así llegó finalmente el peor día de mi vida. Llevaba sin consumir nada desde hacía casi doce horas y mi cuerpo empezaba a descontrolarse. Esto se debía a que mis padres me habían castigado por mis malas calificaciones y no pude conseguir mi dosis. Cada minuto que pasaba sentía más odio hacia ellos, hubiera tirado la puerta abajo y les hubiera hecho cualquier cosa a modo de venganza.

Por la noche, cuando todos dormían en casa, no pude más. Lo necesitaba en ese momento y haría cualquier cosa para conseguirlo. Fui al salón y cogí la pistola de mi padre. Con ella en el bolsillo de la chaqueta salí a la calle y corrí hacia la farmacia de guardia más cercana. Justo antes de entrar, me puse mi capucha y saqué el arma. Entre dando voces, mis ojos inyectados en sangre miraron fijamente a la dependienta y le exigí que me diera los medicamentos con los que podría hacerme unas cuantas dosis. Ella me suplicaba que no le hiciera nada que me daría lo que le pidiese mientras que por mi parte empezaba a perder la noción de todo lo que me rodeaba. Le quité el seguro a la pistola. Iba a matarla, ella sólo era un obstáculo que me impedía conseguir lo que quería. Justo en el último momento, unas luces empezaron a cegarme. Me giré consumido por la rabia hacia ellas para ver qué demonios era y entonces...

¿Qué había sido de mí?¿Qué acababa de hacer? A mis dieciséis años estuve a punto de matar a una persona. Créame doctor, en el momento que vi a todos aquellos policías apuntandome con sus rifles la realidad me abofeteó de lleno. No sabía como había llegado a ese punto... todo había empezado por querer probar.

Decían que las metanfetaminas serían el mejor viaje de mi vida. Que me ayudarían a pasar mis exámenes. Que me ayudarían a olvidar mis problemas. Que serían divertidas.

Mentían doctor, mentían.