miércoles, 24 de abril de 2013

Es lo que ves, es vacío


El televisor estaba encendido reproduciendo uno de los múltiples campeonatos deportivos en los que había robado miles de aplausos a la grada. Uno por uno, fueron pasando del estante al vídeo y de éste a apilarse en la mesita de al lado.

Giró la silla en dirección a la estantería de la pared. Ahora miraba sus trofeos, medallas y diplomas que había ganado años atrás.

Volvió a girar la silla hacia la cama. Sus mejores vestidos se esparcían sobre la colcha, bien extendidos y planchados.

Costosamente, carraspeó. Era hora de volver a intentar lo de todos los días así que, apartándose su desbaratado pelo liso de la cara, se levantó en dirección al baño con las pocas fuerzas que le quedaban.
Solo iría a mojarse la cara para intentar despertar de cualquier pesadilla en la que pudiera encontrarse. No obstante, el agua no le devolvió a la realidad que esperaba cuando abrió los ojos, así que decidió retornar a su espera eterna.

Arrastrando los pies, anduvo por ese pasillo que se le hacía cada vez más largo hasta llegar al salón, donde sus padres veían las noticias. Justo al pasar frente a ellos sintió un mareo y náuseas y buscó algo a lo que aferrarse para no desplomarse ahí en medio. Alzó la vista y miró a su familia con una vaga llama de esperanza que no tardo en apagarse.

Ellos seguían ahí, impasibles frente a la apariencia sucia, desaliñada y casi moribunda de su hija. ¿Es que aún no se daban cuenta? Tal vez la culpa fuera suya por haber seguido ese camino de éxito desde pequeña, pero no dejaba de reprocharle en silencio a sus progenitores el hecho de que se cegaran con esa imagen de ella. Dejó de ser la niña prodigio hace tiempo pero ellos continuaban embriagados por ello, eran ciegos a cuántos cambios había dado su vida.

Bajo la mirada y decidió proseguir. Hoy, como de costumbre, no había tenido suerte y nadie había reparado en cómo estaba. Cerró la puerta de su cuarto casi sin hacer ruido y se encaminó hacia la bolsa que, ya sin necesidad de esconderla, había dejado tirada en el suelo. Teniéndola ya en la mano, agarró su silla y se sentó para inhalar el contenido de la bolsita. Una vez, y otra, y otra…

Ya había perdido la cuenta cuando sus párpados empezaron a decaer. Fue en ese momento cuando, dejando a su espalda sus vídeos, vestidos, medallas y trofeos, centró su atención en sus nuevas vistas: la única pared libre de objetos de su habitación.

Antes de rendirse a la somnolencia, contempló un buen rato esa pared. Dejaba tras de sí lo que fue en un pasado y miraba a su futuro repitiéndose continuamente lo que veía.
Vacío. Vacío. Va…


domingo, 21 de abril de 2013

La casa de la caja de música


A sus trece años, el joven se dio cuenta de que era una de las pocas ocasiones en las que abandonaba el ritmo de la ciudad. Dejando tras de sí a las multitudes que inundaban su día a día, llegó casi sin saber cómo a las afueras de aquel centrifugado mundo de ruidos, cristales y metal al que los mayores llamaban centro urbano.

Llenando de aire sus pulmones, aprovechó el silencio y la soledad aparente del descampado para sacar uno de sus cigarrillos y encenderlo.  Al tiempo que inhalaba la primera bocanada de humo, una gran silueta entre la niebla llamó su atención, por lo que se decidió a avanzar un poco e ir a investigar.

Era una casa. Además, las grietas que recorrían su fachada y el tono desgastado de la pintura hacían ver que debía estar abandonada a merced del transcurso del tiempo.

Como hipnotizado, olvidó todo cuanto dejaba tras de sí y comenzó a acercarse hacia aquella construcción que la niebla quería esconder de su curiosa mirada. Pisando arbustos secos y nidos de araña, el chiquillo notaba cómo nacía un deseo por ese lugar tan macabro y extravagante a la vez todo lo demás perdía importancia.

Había llegado, estaba frente a la puerta. Los cuervos que revoloteaban por el tejado permanecían mudos, a la espera de que el nuevo huésped les diera la bienvenida pero éste únicamente empujó la puerta. En ese instante, la niebla se tornó más densa y, abrazándole, le instó a avanzar hacia el interior de la morada.

A cada paso la madera del suelo crujía. Notaba eclosionar los huevos de los insectos que habían quedado enganchados en sus zapatillas de deporte pero continuó su marcha. Estaba ahí. Sobre aquel polvoriento mueble se encontraba una forma cúbica de madera que, al abrirla, hizo sonar una siniestra melodía que había permanecido sin oírse demasiado tiempo.

El joven se acurrucó en el suelo. Todo giraba a su alrededor y sus ojos comenzaron a sangrar por la velocidad del momento. Mientras millones de arañas tapaban hasta el último milímetro de su cuerpo, la puerta se cerró de forma brusca. Fue en aquel instante cuando su cara se desfiguró y se dibujó una vaga sonrisa en su semblante.