sábado, 19 de junio de 2010

Cintruénigo

Hoy me he pasado toda la tarde perdiendo el tiempo en mi habitación. Esto se debe a que he acabado los exámenes y, además, una tarde de viernes sin quedar tampoco es el momento idóneo para hacer cosas realmente útiles.
Por ello, he hecho una revisión de mis recuerdos y, accidentalmente, he llegado a unos que realmente me han emocionado.
Estos no son otros que los que consigo rememorar del pueblo de mi abuela.
Lo único que conozco bien de ese lugar es la calle donde estaba la casa. Piedras y asfalto para unos, pero un gran libro con muchas páginas por leer para mí.
En las calurosas noches de verano, todos los vecinos, que mas bien eran una gran familia, empezaban a darle vida al estrecho callejón: unos hacían un corro con sillas y jugaban a cartas, otros se hechaban un par de cigarros, gritos como "Ahi va el muetico canario que mozo está ya" se oían por doquier...
También me vienen a la cabeza nombres de personas como Manolo, la Covi, la Resu, Eva, el catalán (nunca supe su nombre), la Milagros..¡Grandes personajes!
Pero lo dicho, una familia. Tapujos había muchos, aunque todos se sabían.¿El cómo? Lo desconozco.
Pero bueno, no es eso lo que me emocionaba. Lo que me dio una especie de "bienestar propio" fue el hecho de que mi abuela naciese ahí, criase a sus hijos ahí, y tiempo atrás pudiese enseñarme a jugar a cartas en el corro que surgía a partir de las 10, tras la fresca que venía cuando todos acababamos de cenar.
Toda una vida se desarrolló en la susodicha calle, sumémosle ahora la del resto de vecinos. ¡Cuántas lluvias habrán arrastrado desgracias, sequías habrán abrasado alegrías o secretos que jamás serán desvelados! Nadie lo sabrá jamás, nació y se irá. Quedará grabado en la memoria de pocos. Suerte la de esta minoría de adquirir tal sabiduría.

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