A sus
trece años, el joven se dio cuenta de que era una de las pocas ocasiones en las
que abandonaba el ritmo de la ciudad. Dejando tras de sí a las multitudes que inundaban
su día a día, llegó casi sin saber cómo a las afueras de aquel centrifugado
mundo de ruidos, cristales y metal al que los mayores llamaban centro urbano.
Llenando
de aire sus pulmones, aprovechó el silencio y la soledad aparente del
descampado para sacar uno de sus cigarrillos y encenderlo. Al tiempo que inhalaba la primera bocanada de
humo, una gran silueta entre la niebla llamó su atención, por lo que se decidió
a avanzar un poco e ir a investigar.
Era una
casa. Además, las grietas que recorrían su fachada y el tono desgastado de la
pintura hacían ver que debía estar abandonada a merced del transcurso del
tiempo.
Como
hipnotizado, olvidó todo cuanto dejaba tras de sí y comenzó a acercarse hacia
aquella construcción que la niebla quería esconder de su curiosa mirada.
Pisando arbustos secos y nidos de araña, el chiquillo notaba cómo nacía un
deseo por ese lugar tan macabro y extravagante a la vez todo lo demás perdía
importancia.
Había
llegado, estaba frente a la puerta. Los cuervos que revoloteaban por el tejado
permanecían mudos, a la espera de que el nuevo huésped les diera la bienvenida
pero éste únicamente empujó la puerta. En ese instante, la niebla se tornó más
densa y, abrazándole, le instó a avanzar hacia el interior de la morada.
A cada
paso la madera del suelo crujía. Notaba eclosionar los huevos de los insectos
que habían quedado enganchados en sus zapatillas de deporte pero continuó su
marcha. Estaba ahí. Sobre aquel polvoriento mueble se encontraba una forma
cúbica de madera que, al abrirla, hizo sonar una siniestra melodía que había
permanecido sin oírse demasiado tiempo.
El
joven se acurrucó en el suelo. Todo giraba a su alrededor y sus ojos comenzaron
a sangrar por la velocidad del momento. Mientras millones de arañas tapaban
hasta el último milímetro de su cuerpo, la puerta se cerró de forma brusca. Fue
en aquel instante cuando su cara se desfiguró y se dibujó una vaga sonrisa en
su semblante.
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