domingo, 21 de abril de 2013

La casa de la caja de música


A sus trece años, el joven se dio cuenta de que era una de las pocas ocasiones en las que abandonaba el ritmo de la ciudad. Dejando tras de sí a las multitudes que inundaban su día a día, llegó casi sin saber cómo a las afueras de aquel centrifugado mundo de ruidos, cristales y metal al que los mayores llamaban centro urbano.

Llenando de aire sus pulmones, aprovechó el silencio y la soledad aparente del descampado para sacar uno de sus cigarrillos y encenderlo.  Al tiempo que inhalaba la primera bocanada de humo, una gran silueta entre la niebla llamó su atención, por lo que se decidió a avanzar un poco e ir a investigar.

Era una casa. Además, las grietas que recorrían su fachada y el tono desgastado de la pintura hacían ver que debía estar abandonada a merced del transcurso del tiempo.

Como hipnotizado, olvidó todo cuanto dejaba tras de sí y comenzó a acercarse hacia aquella construcción que la niebla quería esconder de su curiosa mirada. Pisando arbustos secos y nidos de araña, el chiquillo notaba cómo nacía un deseo por ese lugar tan macabro y extravagante a la vez todo lo demás perdía importancia.

Había llegado, estaba frente a la puerta. Los cuervos que revoloteaban por el tejado permanecían mudos, a la espera de que el nuevo huésped les diera la bienvenida pero éste únicamente empujó la puerta. En ese instante, la niebla se tornó más densa y, abrazándole, le instó a avanzar hacia el interior de la morada.

A cada paso la madera del suelo crujía. Notaba eclosionar los huevos de los insectos que habían quedado enganchados en sus zapatillas de deporte pero continuó su marcha. Estaba ahí. Sobre aquel polvoriento mueble se encontraba una forma cúbica de madera que, al abrirla, hizo sonar una siniestra melodía que había permanecido sin oírse demasiado tiempo.

El joven se acurrucó en el suelo. Todo giraba a su alrededor y sus ojos comenzaron a sangrar por la velocidad del momento. Mientras millones de arañas tapaban hasta el último milímetro de su cuerpo, la puerta se cerró de forma brusca. Fue en aquel instante cuando su cara se desfiguró y se dibujó una vaga sonrisa en su semblante. 

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