lunes, 16 de mayo de 2011

Bea se refleja en la realidad.

Como de costumbre, Bea se levantó sistemáticamente de la cama sin pensar si quiera la hora que era ni si debía acabar alguna que otra tarea.
Tal vez esto hubiera tenido importancia en un pasado, pero ya no. Bastante tenía con lo suyo como para seguir el ritmo de la gente.
Se acercó a la ventana y tuvo que entrecerrar los ojos al correr las cortinas. Cuando se acostumbró a la luz, no cambió ni un ápice de expresión, total, ¿para qué?
Todo seguía igual. Los árboles, las nubes, las montañas... Todo seguía, irremediablemente igual.
Tal vez a primera vista parecería vivir una vida plena, pero su mirada perdida escondía la represión de una lucha interna de sentimientos que creía que nadie jamás podría entender. Tal vez fuera eso por lo que no había decidido contarles nada de lo sucedido a sus amigos, o a lo mejor no los quisiera preocupar, o incluso no eran tan buenos compañeros como siempre había creido. Lo ignoraba. Es más, no quería saberlo.
¿Sus padres? A saber. Con ella, desde luego no. Cuando no trabajaban tenían que atender a las necesidades de su hermana pequeña. Era como si a Bea la hubieran olvidado, dándole comida y cama en su casa, pero nada más.
Un pájaro la desveló de sus pensamientos, recordándole que tenía que arreglarse para ir a la boda de su primo. Así, se dirigió hacia el baño para lavarse un poco la cara y despejarse de lo demás.
Todo le daba vueltas, quería correr, gritar, llorar, no verse en ese maldito espejo que le recordaba todos los días que seguía su pesadilla. En un arranque de ira, lanzó su peine hacia él, partiéndolo en múltiples pedazos.
Solo unos pocos quedaron en el marco. En ellos estaba ella, desfigurada, irreconocible... tal y como se sentía por dentro. En los del suelo, lejos de ella sus amigos, familia y conocidos.
Estaba sola.

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