miércoles, 7 de septiembre de 2011

Cris; atada a la sociedad.



Era insoportable. Cris había intentado por todos los medios ser lo que le decían los mayores cuando era pequeña: alguien a quien no le importara el qué dirán, alguien con personalidad, una persona diferente y a la vez única. No obstante, lo único que había conseguido era ser una persona diferente al grupo y excluida, o al menos así se solía sentir. Debido a esto, en muchas ocasiones había tenido que ocultar sus emociones o gustos para no ser mirada como un bicho raro; quería encajar.

Ese día no tenía fuerzas de seguir intentándolo, la sociedad había podido con ella. Iba a tirar la toalla.

Tras muchos comederos de cabeza, Cris salió vacilante a la calle en busca de gente y, al doblar la esquina, vio la primera aglomeración. Todos, con la mirada perdida, caras pálidas y ropas desteñidas, se meneaban de un lado para otro con movimientos lentos y carentes de sentido.

Algo que atrajo la atención de la joven fue la inmensa cadena que serpenteaba a lo largo del grupo. Ésta se ramificaba para atravesar a cada uno de los sujetos que se movían frente a ella, manteniéndolos unidos. Mirando detenidamente, observó un trozo de cadena que reposaba sobre el suelo, a la espera de que alguien se lo colocara.

Con las rodillas temblorosas, anduvo hacia el pedazo de metal y lo cogió con su mano izquierda. No estaba extremadamente frío, pero sí lo suficiente como para recordarle a Cris que estaba a punto de traicionar sus principios.

Antes de volverse a hechar en cara otro cúmulo de sentimientos contradictorios, agarró con más fuerza la cadena y la hundió en lo más profundo de su corazón. Poco a poco fue notando como perdía el color y el interés por sus aficiones. Además, su temperatura corporal descendía como si hubiera entrado en un enorme frigorífico. Por cada segundo que pasaba sentía que perdía las fuerzas que tuvo tiempo atrás, su cuerpo se entumecía; perdía su libertad.

Dos lágrimas de impotencia surcaron su cara para caer sobre la cadena que ahora conectaba su pecho con el de otro individuo. Le quedaba poco tiempo para pensar y no podía quitarse de la mente qué habría pasado si hubiera nacido en una sociedad distinta y sin ataduras.

Perdía el conocimiento.

Antes de que su mente entrara en trance pudo contemplar que donde habían caído sus lágrimas ahora aparecían manchas de óxido.

Lo que en un pasado era Cris entrecerró los ojos y empezó a moverse al son de la multitud.

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