viernes, 9 de septiembre de 2011

El mejor día de Miles


Era mi primer día en los Scouts. Tenía poco más de tres años y lo recuerdo como si fuera ayer. Nadie, a excepción de mi hermano, me había respetado nunca y esa vez no sería menos, ya que era de los novatos del grupo y, como en la mayoría de las asociaciones, tocaba ser de los pringadillos. Mi hermano era de los más veteranos; tenía ocho años y era un verdadero líder. Nadie era capaz de burlarse de él.

En un momento de excitación debido a los nervios, el miedo y la vergüenza, no pude controlarme y me meé encima. Un niño de cinco años se me acercó y empezó a reírse de mí. Le pedí por todos los medios que callara, no quería que los demás vieran la marca húmeda en mis pantalones, pero él seguía en su afán de ridiculizarme. Llegué a un punto en el que exploté y le grité: “!Cállate, hijo de puta¡”

En ese instante se hizo un corto silencio que se rompió con un montón de carcajadas. Por un momento me alegré, pero pronto me acordé de la mancha en mi ropa y me intenté tapar con las manos. La gente, al ver mis intentos fallidos de ocultarla, se fijó aún más y las risas se volvieron más sonoras. No sabía donde meterme, se me caía el mundo y empecé a llorar.

No obstante, una mano silenciosa se posó en mi hombro. Era mi hermano. No se reía. Me sacó rápido de la sala y me acompañó al baño. Una vez allí, me quitó los pantalones y me limpió. Tras esto, se quitó los suyos y me los puso. Juntos, volvimos al aula en la que estaban los demás. Abrió la puerta y entramos.

Más de una docena de cabezas se giraron hacia nosotros. Sin duda, el mejor día de mi vida.

Nadie se rió.

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