jueves, 29 de septiembre de 2011

Visiones del pequeño M. II

Ese día, al igual que los anteriores, había quedado para ir a las piscinas públicas con mis amigos. Como ya teníamos diez años podíamos ir sin nuestros padres, y eso nos daba aún más ganas de acudir a dicho lugar. Le dije de venir a Marcos, pero iría con algunos de su clase porque celebraban el octavo cumpleaños de uno de ellos, así que acordamos que ya nos veríamos por ahí.

Ya llevábamos dos horas cuando vi, en la piscina del fondo, al pequeño. Parecía estar esperando a alguien, ya que estaba sólo y fuera del agua. Decidí ir a saludarle. Conforme avanzaba hacia él, contemplé cómo Dani se puso a su lado y empezó a conversar con él.

Dani era un niño de nueve años totalmente insoportable. Conmigo ya había tenido algún que otro encontronazo, así que me había cogido una tirria impresionante. Además, al enterarse de mi buena relación con Marcos había estado fastidiándole en más de una ocasión, aprovechando que era un año mayor que él. Por tanto, no esperando nada bueno de él, aceleré el paso para ver por qué estaba hablando con mi hermano.

Estaba como a diez metros de ellos cuando Dani empujó a Marcos, haciéndolo caer al agua. Tal vez se diera a sí mismo en la caída ó tal vez le hubiera dado en la cara, no lo sé, pero el hecho de ver que al pequeño le empezaba a sangrar la nariz me hizo entrar en una cólera desmesurada que me aportó la fuerza necesaria para aparecer al lado del abusón en un santiamén. Sin darle tiempo a reaccionar, descargué el mayor puñetazo que jamás he dado en la cara de Dani, dejándolo casi en el suelo del golpe y la impresión.

El socorrista, que andaba por ahí, me agarró rápidamente y me sacó de las piscinas, prohibiéndome volver a entrar en un tiempo. Yo, con mi orgullo, me senté en el borde de la acera intentando convencerme de que podía pasármelo bien en otro lugar sin el estúpido de Dani y ese estirado socorrista.

Llevaba cinco minutos sentado en el suelo e inmerso en mis pensamientos cuando el ruido de la puerta de las piscinas abriéndose me desveló. Giré la cabeza y una pequeña figura se dirigió hacia mí. Tras esto, se sentó a mi lado. Era Marcos. Con un pequeño trozo de papel en la nariz y una mueca de tristeza en la cara me dijo:

“Siento mucho que te hayan echado… todo es culpa mía”

En ese momento rompí a reír.

“Anda calla, que no es para tanto. El llorica ese se lo tenía merecido. ¿Qué te parece si vamos a la plaza? Aquí ya me empiezo a aburrir”

El pequeño sonrío. Acto seguido nos levantamos y nos fuimos de aquel lugar olvidando lo que, unos minutos antes, había sucedido.

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