martes, 10 de mayo de 2011

Recuerdos son lo único que queda

Son las 2:50 de la mañana de un martes. Me hundo en la desesperación. Mi madre murió el 5 de enero de este mismo año. Es duro, lo sé. A mi tan corta edad perder a la persona que más me conocía, junto con mi padre a la que más quería, la que no se separó nunca de mi a pesar de lo fuerte que le dio la vida, la que luchó hasta el último momento, es uno de los mayores golpes que me dará jamás el mundo. Eso se ve últimamente en mi estado de ánimo, mi insomnio, mis pocas ganas de comer y mis crisis de ansiedad y depresión que sufro a momentos.
Todo el mundo me ha animado y me ha ayudado a estar de pie cuando quería estar tirado en el suelo llorando. Llorando de dolor, de rabia y de pena. ¿Por qué la vida se ensañó tanto con ella? ¿Por qué nos pasó nosotros? Tengo que aceptar que no hay respuestas. A lo que si que las hay es a qué se debió su muerte. A cáncer. Su cuarto cáncer, para ser más exactos.
Todo empezó cuando yo tenía la edad de alrededor de un año. Los médicos no le daban más de tres meses, pero gracias a su tesón, lucha, sacrificio y las fuerzas con las que se aferraba a sus ganas de vivir, salió adelante.
Dieciséis años después, tras haber tenido dos recaídas más, no pudo con la tercera. Una tercera que fue, tal vez, enmascarada. En un principio pensé que todo saldría bien, mi madre era invencible. Estaba bastante triste, lloraba todos los días, pero allí estaba yo, haciendo lo posible para que sacara una sonrisa.
Se acercaban las navidades, y como otros años, pensábamos ir a Navarra, la tierra de donde ella procedía y donde tenía a su familia. Esta vez puso bastante empeño en ir, cosa que achaqué a que querría apoyarse en los suyos para sacar fuerzas, algo normal. No tardamos en comprar los billetes de ida y vuelta, aunque jamás imaginé que alguien dejaría uno sin usar.
Ya allí, seguía con sus malestares; la quimioterapia no es algo fácil de llevar. A pesar de ello, siempre conseguía sacar una buena cara al mal tiempo y era la primera que quería que saliera con mis amigos a pasármelo bien.
Así pasaron los días y llegó el nuevo año. A pesar del cansancio, estuvo presente con todos nosotros cuando dieron las campanadas pero, al día siguiente, en año nuevo, ingresó en el hospital porque no se encontraba muy bien. Ese mismo día, mi padre tenía que volver a Canarias por motivos del trabajo. No olvidaré como, cuando se la llevaban en la ambulancia, lloraba diciendo que no lo volvería a ver. Mi padre le prometió que cuando acabara con las reuniones volvería para que regresáramos los tres juntos en avión, que no se preocupara.
Los días siguieron y yo la iba a ver al hospital. La cara al verme siempre irradiaba felicidad, complicidad y levantaría el ánimo a cualquiera, por lo que suponía que cada día estaba mejor. El 4 de enero decidí darle una sorpresa. Como me habían invitado a un cumpleaños por la mañana, cogí el autobús una hora antes y me presenté en el hospital sin previo aviso.
Llegué y no estaba en la cama, pero su compañera de habitación me dijo que había ido al baño. Esperé. Cuando cruzó el umbral de la puerta, junto con mi tía que había pasado la noche en el hospital, me dio un fuerte abrazo mientras sonreía feliz. Estuve hablando con ella un rato, pero a los veinticinco minutos se la llevaron a hacer una prueba que estábamos esperando. Esto me alegró bastante, ya que después de hacérsela era cuestión de un par de días para que le dieran el alta.
Cuando el enfermero se la llevaba en la camilla, se le cuajaron los ojos, me dio un fuerte abrazo y un beso a la vez que me decía cuánto me quería. Yo me despedí haciendo una pequeña gracia y vi como se alejaba por el pasillo, desapareciendo tras la esquina.
De ahí fui al cumpleaños, del que volví a la noche. Al llegar a casa de mis abuelos me dispuse a llamarla, pero me dijeron que ya lo habían hecho y que no se había puesto porque estaba un poco mareada, según mi tía. Prometí que la llamaría a la mañana siguiente y fui a mi cama. Como en los días anteriores no concilié el sueño, y estuve despierto hasta las cuatro y pico de la mañana, admirando un cielo rojo que se veía a través de la ventana de mi cuarto hasta que acabé durmiendo profundamente,
Un golpe. ¿Qué era eso? Estaba todo muy oscuro aún. Miré la hora: las seis y pico de la mañana. Mi puerta crujió y entró mi tío. ¿Qué diablos pasaba? Me levanté casi sin darme cuenta por el sueño mirando con extrañeza hacia la persona que acababa de entrar y, antes de ser capaz de formular pregunta alguna, de la boca de mi tío salieron las palabras:
“Pablo, que tu madre se ha puesto mal de repente, ¿vienes al hospital?”
Sin dudarlo, di un brinco de la cama quitándome todas las cadenas que hacía minutos me ataban a ella. Me vestí más rápido que nunca y… voces. No, no, no. Sollozos. Mi abuela lloraba desconsolada mientras la voz de mi abuelo intentaba calmarla.
La frase de mi tío volvió a mi cabeza. ¿Qué quería decir con “se ha puesto mal”? En una de estas lo agarre con fuerza por el hombro y le pregunté:
“¿Cómo que se ha puesto mal?”
Silencio.
Mi cara empezó a cambiar el semblante.
-“¿Se va… a morir?”
-“Vete… vete haciéndote a la idea de que seguramente no pase de esta noche”.
Mis rodillas vacilaron. Mi cara jamás había adquirido esa expresión. Todo a mi alrededor empezó a dar vueltas. ¿Podía ser eso verdad? Empecé a impacientarme por ver que no me despertaba de ninguna pesadilla y caminé hacia la puerta, donde me apoyé como pude.
“¡Vamos!” grité.

1 comentario:

  1. Reconozco que al principio dudé un poco sobre si comentarte o no este texto... pero las lágrimas me dijeron que lo hiciera. Al menos para decirte que me parece increíble que sacaras fuerzas y escribieras esto, un sentimiento tan íntimo para ti. Sé que muchos te habrán dicho que saben cómo te habías sentido... pero dudo que realmente lo hicieran. Jamás se llega a entender hasta que se vive en carne propia, y aún así, nunca llegará a ser la misma sensación ni el mismo sentimiento. Seguro que estas palabras sobran, porque deberías saberlo pero... que sepas que con esto demuestras lo mucho que vales y lo fuerte que eres, así que jamás olvides que puedes salir adelante y lograr lo que te propongas, porque a tu alrededor tienes gente que te quiere y te apoya, aunque en momentos de desesperación como ese que describes no puedas verlo =D

    ResponderEliminar